Por caprichos
del destino y sin darme mucha cuenta, me encuentro de nuevo en la salida de una
aventurilla. Esta es diferente, ya se que eso digo siempre, pero es que es así,
es diferente. Es una carrera de la que todo el mundo habla, a la que todo el
mundo quiere ir, de la que has visto más videos y sabes más detalles, el ultra
por excelencia. A mi se me presentó la oportunidad sin buscarla mucho. No me
gusta dejar pasar las oportunidades, y menos de algo así.
Para mi Chamonix
es un lugar especial, me trae unos recuerdos inolvidables e irrepetibles. Allí vivimos hace muchos años auténticas
aventuras, de las que no se olvidan, de las que te marcan para siempre, de las
que con solo pensar en ellas se te ponen los pelos de punta, de las que te
acompañan allá donde vas. Volver, después de tantos años, con mi familia, es
algo que siempre llevo en la cabeza, y que espero hacer con cierta frecuencia.
No llego en mi
mejor momento de forma, o esa es la sensación que tengo. Llevo dos semanas en
los Alpes y no he parado de buscar buenas rutas hasta que las piernas me han
dejado claro que no estan como otras veces. Tan solo 4 días antes de la salida
tenía unas agujetas que daba pena. Tengo muchas dudas de hasta que punto se han
recuperado, y no puedo probarlas antes de la salida.
Tras
despedirme de mi equipo de asistencia (vamos, lo que viene a ser la familia) me
dirijo a la salida con una hora de tiempo. Nunca voy con tanto margen, pero
quiero asegurarme un buen sitio en la plaza para vivir la salida. Y allí me
planto, mal sentado en el suelo, incómodo, con cara de tonto, apretujado entre
2.400 corredores ansiosos por salir pitando. La predicción de la meteo decía
que iba a caer una buena, y así fue. Empieza a llover, nos ponemos las
chaquetas y a seguir esperando mientras el cielo se vuelve más y más gris, y
las dudas aumentan y aumentan. El speaker ameniza un poco la espera, ponen
música, y al fin, con la canción de vangelis, bajo un buen chaparrón, en un
silencio mezcla de respeto y de miedo, dan la salida.
Los primeros 8
km hasta Les Houches son llanos, un trote agradable. A partir de ahí se
intensifica la lluvia y hacemos la primera subida, a Le Delevret. En esta
subida tengo muy malas sensaciones. Voy empapado, no entro en calor pese a
llevar buen ritmo, el barro me llega por los tobillos, los pies van helados y
están insensibles (lo único positivo, una cosa menos de que preocuparme).
Además, los resbalones del barro y las pérdidas continuas de tracción hacen que
empiece a notar los cuádriceps tensos. Esto último me preocupa muchísimo. ¿Será
que no estoy recuperado de los excesos cometidos estos últimos días? Al iniciar
la bajada, por zonas embarradas resbaladizas alternando con prados verticales
de hierba mojada que deslizan más que la nieve, mis malas sensaciones en las
piernas y mi preocupación se multiplican.
Llego a
Saint-Gervais (Km 21) y decido bajar mucho el ritmo, no parar, pero ir
tranquilo, recuperar, reevaluar, darle una oportunidad a las piernas. Empieza
la primera noche, la parte que más suele gustarme en los ultras, donde
disfrutas de tu frescura, de volar bajo la oscuridad, de viajar viendo la silueta
de los montes q te rodean y la fila de luces que te tranquilizan y dan
seguridad. Pues de disfrutar nada de nada. Los cuádriceps no entran en calor,
noto que quieren contracturarse, están muy tensos, los dos, y sigo empapado y
helado. Decido aguantar la noche, pero pienso seriamente que este ultra se me
va a escapar, mucho tiene que cambiar todo para aguantar los 135 km que me
quedan, lo veo imposible.
Sigo la larga
subida al Col du Bonhomme igual, controlando en exceso, sin encontrarme cómodo,
mirándome las piernas, mal. Por fin deja de llover, se queda una noche
cubierta, pero con buena temperatura, aunque yo sigo empapado y helado. En el avituallamiento
de la Balme hay una gran hoguera y una carpa, un lujazo. Me tomo un par de
sopas calientes, me quito la chaqueta y la camiseta que chorrean literalmente y
me pongo una camiseta térmica que llevo en la mochila (envuelta en bolsas para
que no se mojara) por si hay complicaciones. La cogí en el último momento, y
fue la clave. Intento recuperar temperatura al abrigo de la hoguera y salgo de
La Balme caliente, seco por primera vez desde hace 8 horas y por fin empiezo a
disfrutar. Acabo la subida hasta Croix du Bonhomme controlando el ritmo, pero
las sensaciones son diferentes. En lugar de ser adelantado me tengo que retener
para no adelantar, pero prefiero recuperar bien.
En la bajada
sigo recuperando sensaciones, y ya voy adelantando y disfrutando. Llego a Les
Chapieux bien, con ganas de seguir, de recuperar el tiempo perdido, de
aprovechar la noche. Como algo rápido y para arriba. La subida al Col de la
Seigne la disfruto mucho. Por fin estoy recuperado, ya no me miro las piernas,
se que van bien y que si las cuido me dejarán seguir muchas horas. Solo me
preocupo de ver las siluetas de los montes que nos rodean, ver las luces de los
corredores de detrás que indican de dónde venimos, y alucinar con las luces que
indican adónde vamos. Mucha gente no entiende qué tiene de positivo caminar sin
ver por dónde vas, yo creo que es algo especial que no te atreverías a hacer
sin la cobertura y la infraestructura de una carrera. Por fin lo que había
venido a buscar, una noche mágica. Dura poco, la noche, porque en el collado
amanece.
La bajada a
Lac Combal amaneciendo y descubriendo los parajes salvajes que nos rodean es
uno de los mejores momentos. Me da más fuerza, y ya vuelvo a creer que voy a
hacer lo que he venido buscando, disfrutar a tope.
De lac Combal
una subidita a Arète du Mont Fauvre y una bajadita (de 1.200 mts) a Courmayeur,
km 77, la base de vida.
Llego bastante
entero, a las 8:30, un poco antes de lo
que había calculado. Me animo mucho. Llamo a la familia, y me animan aun
más. Me dicen que voy el 900, me parece
una posición adecuada, con colchón detrás por si tengo que hacer una parada
larga y no muy adelante que significaría que estoy forzando y voy a petar. Me
doy una ducha de agua caliente (que lujazo), me cambio de ropa y de zapatillas,
como lo que pillo y salgo fresco y con ganas de comerme los km.
Aquí ya cojo
mi ritmo, sin acelerones pero sin paradas, solo en los avituallamientos, y
poco. Subo 800 mts hasta el Rufugio Bertone, de ahí 7 km con suaves subidas y
bajadas, corribles en partes, hasta el Refugio Bonatti, y luego a Arnuva. Todo
este recorrido disfruto de un día espectacular, con una perspectiva de la cara
sur del macizo del Mont Blanc privilegiada que estimula mi sensible cabeza
imaginativa, tengo que volver a esta zona. Desde Arnuva comienza una dura
ascensión al Grand col de Ferret, a 2.500 mts de altura, km 100 del recorrido.
Se me hace larga, la que más de todas, pero no me preocupo porque sabía de
antemano que iba a ser así. Este año he hecho poco desnivel y se me hacen
largos los collados, pero apretando los dientes lo corono. Sin parar me lanzo a
por la larga bajada hasta la La Fouly primero, y Praz de Fort después. En total
17 km de bajada y 1.500 mts negativos, que como no los corras se te pueden
hacen muy muy largos. Después una subidita de 400 mts, pero que cuesta bastante
al llevar las piernas calentitas, llego a Champex-Lac, km 122, a las 19:35.
Llego a este
punto bastante justo de fuerzas, como había imaginado. Sigo mis planes y hago
una parada tranquila, de 30 min. Como unos macarrones calientes que me sientan
de cine, fruta, café, me abrigo un poco y salgo a por la segunda noche. Al
salir ya se que si la meteo se comporta y no hay incidencias importantes, voy a
acabar, algo que da mucha fuerza, solo hay que intentar no cagarla.
Hago la
primera subida a buen ritmo, me voy encontrando bien, y tras una larga bajada
llego al avituallamiento de Trient. Al llegar me encuentro con Noé, una buena
sorpresa que me da mucha fuerza. Me dice que Patricia y los chicos por un lado,
y los sinrumbo por otro, están siguiendo la carrera y están disfrutando. Me
alegra mucho, y desde ese momento me siento bastante más acompañado.
Salgo a por el
siguiente tramo, subo bastante fuerte, pero en la bajada no me encuentro muy cómodo
y pierdo algo de tiempo, llego a Vallorcine. Noé está allí otra vez, parece que
vaya conmigo, que lujazo.
De este punto,
salgo a por el último tramo con mucha fuerza. Mucho se tiene que complicar para
no acabar esta aventurilla. Paso por el Col de Montets, donde me espera de
nuevo Noé, me da los últimos ánimos y se despide de mi hasta la meta. Inicio la
subida a Tête aux vents. Es la última subida, ya queda poco que guardar, la
hago muy fuerte, tanto como puedo. Adelanto a mucha gente, me doy el gustazo de
poder apretar en el km 150, las sensaciones son inmejorables, disfruto del
momento de fortaleza. Al llegar a la parte más alta me encuentro con una densa
niebla. Mi luz frontal se refleja en ella y me cuesta mucho ver el camino.
Además es una zona con un buen cortado a un lado del sendero. Me encuentro un
par de corredores bastante bloqueados en un paso de roca fuera de la ruta a los
que echo una mano. Me reubico en el camino y decido ir despacio. Llevaba unas
horas pensando que esto estaba hecho, pero este tramo falso llano de 5 km que
pensaba hacer volando me cuesta mucho tiempo al ir a ciegas sin ver el sendero.
No me preocupa, lo importante es no cometer errores y ser consciente de que
aunque no me de cuenta por la euforia y el calentón que llevo, mis capacidades
y reflejos están muy mermados, tengo que ir muy concentrado. Poco a poco, despacio,
buscando el sendero metro a metro, llego a La Flagère.
Aquí, como por
arte de magia, se acaba la densa niebla y amanece, el segundo amanecer,
simplemente impresionante. Llamo a la Noé, le digo que solo me queda una bajada
y que en una hora, a las 8:00 de la mañana (del domingo) estaré en la meta.
Esta última
bajada la hago tranquilo, disfrutando del paisaje, de la temperatura, de los
primeros rayos de sol de la mañana. Paro un par de veces, me quito la chaqueta
y me quedo de nuevo en manga corta, disfrutando del frescor de la mañana. La
bajada es buena, por pista la mayoría, solo hay q dejarse llevar. Al poco rato
veo Chamonix al fondo, ya lo tengo, estoy llegando. Como voy a llegar antes de
la hora que había dicho a Noé, me paro y camino un rato. Respiro por fin. Ahora
si que si. Pienso en todo lo que ha pasado, en la dureza de la primera noche,
las buenas sensaciones del día y la segunda noche. En todos los collados, los
pueblos, las subidas, las bajadas, los glaciares, las paredes, los inmensos
picos que he rodeado. Los momentos duros, la niebla de hace pocas horas que me
ha recordado el respeto que se debe guardar a un ultra así hasta el último km.
Pero ya está. Entro en Chamonix trotando por sus calles entre aplausos pese a
la hora tan temprana. Me encuentro con Noé, Xandra, Patricia y los chicos, me
están esperando. Me alegro mucho de verlos, parece que lleve una semana corriendo,
han pasado muchas muchas cosas. Recorro los últimos metros con ellos, la
entrada en meta más emocionante de mi vida.
Estas cosas se
disfrutan pero requieren mucho sacrificio, y no solo del corredor, también de
la familia, por eso entrar juntos en la meta es un merecido premio, para todos.
Les agradezco mucho el esfuerzo, que se que no es poco. Tengo que remarcar la
gran ayuda de Noé y Xandra, claves en la logística del fin de semana.
Al final han
sido 168 km, con 9.800 metros de desnivel positivo y otros tantos negativos, en
38 horas y media, puesto 490. Una buena aventurilla.
Se habla mucho
de este ultra, algunos bien, otros peor. Todos coinciden en que es el más
importante de todos. A mi me ha encantado. No se si es el más duro, cada vez
que hago un ultra me parece el más duro, y este no ha sido menos.
En estos
tiempos de redes sociales, en el que todo el mundo opina de todo y critica lo q
no hace y no conoce, es difícil explicar las sensaciones que se viven en una
experiencia así. Una vez leí una comparación que me gustó, decía que era como
explicar por qué bailan unas personas a alguien que no es capaz de oír la
música. No creo q todo el mundo tenga que hacer estas cosas, de hecho me parece
que hay que tener un perfil determinado, no en las piernas, sino en la cabeza.
Pero si lo tienes, si oyes la música, este puede ser un espectáculo que no
olvides en la vida. Yo desde luego la
oigo, y a todo volumen. No ha sido un sueño, ni el objetivo de mi vida, ni he
ganado nada material, pero si que tendrá un párrafo en mi biografía, ese libro
de la vida que cada uno va escribiendo en primera persona, que a nadie le
interesa salvo a uno mismo, y en el que siempre te alegras de haber escrito
cosas y nunca te perdonas lo que no te atreviste a escribir.