La mañana empezó bien; el día estaba más despejado de lo que esperábamos y la nieve parecía lo suficientemente dura para caminar, ya que en esta ocasión Jorge y yo íbamos andando, sin esquís.
Sin embargo todo resultó ser una ilusión; a medida que subimos fuimos enterrándonos cada vez más en un "paquetón" de nieve sin transformar en el que hundíamos la pierna hasta la rodilla en cada paso. El tiempo tampoco ayudó y las nubes, que hasta ese momento se habían mantenido altas, bajaron hasta cubrirnos completamente y mojarnos con una fina precipitación de agua.
Casi en el collado, extenuados de pelearnos con la nieve y sin ver tres en un burro decidimos darnos la vuelta. Hay más días que longanizas para ajustar cuentas pendientes con la montaña.