Tras varios años
intentando cuadrar fechas y forma física, por fin consigo alinear los astros
este verano y el día 2 de Julio me planto en Saint-Lary para correr esta dura y
original marcha de los Pirineos franceses.
Y es que esta carrera,
como pasa con otras muchas pruebas en Francia, tiene el aliciente de que cambia
su recorrido cada año, lo cual hace que cada vez sea distinta. De hecho, la
ciudad de salida es alternativamente una de las tres cabeceras de los valles de
la región de Midi-Pyrénées; Saint-Lary, Argelès-Gazost y Bagnères-de-Bigorre.
Este año le tocaba a la del valle de Aure, la más cercana a Aragón, cruzando
por el túnel de Bielsa. Del recorrido no hay mucho que decir; en el menú estaba
la Hourquette d´Ancizan, el Tourmalet, la Croix Blanche y el Aspin desde el
valle de Campan. Casi nada.
Tras una noche toledana en
el camping municipal de Saint Lary, con tormenta incluida y un grupo de ruidosos
adolescentes fumados a escasos metros de mi tienda, me levanto a las 5:45 para
que me dé tiempo a desayunar antes de la salida a las 7 am. El pelotón, aún
dormido y atemorizado por un cielo muy nublado, incluía gente de toda Europa
entre ellos muchos españoles de todas las comunidades. Buen ambiente para una
salida lanzada hacia el primer puerto del día; la Hourquette d´Ancizan, un 1ª
categoría del Tour que te regala unas vistas espectaculares del valle de Saint
Lary. Tras coronar nos tenemos que abrigar, la carretera está empapada y hace un
frío considerable. Además esta zona tiene un riesgo “biológico” que no se puede
despreciar ya que es zona pastoral y está sembrada de vacas, caballos y hasta
burros que campan a sus anchas por la carretera… y dejan unas buenas ensaimadas
que con el agua se convierten en una pasta resbaladiza poco amiga de las ruedas
de 23” de nuestras bicicletas.
Tiritando llego a Saint Marie de Campan,
deseando con todas mis fuerzas empezar de una vez la subida del Tourmalet para
entrar en calor (¡qué paradoja!).
Saint-Lary-Soulan |
Hace unos años subí
también esta vertiente del famoso puerto. Entonces llevaba un 25 en la piñonera
y me retorcí como una sanguijuela para poder llegar arriba. Este año sin embargo,
con mi flamante piñón de 29 dientes, subí muy bien, acompañado de un sol que
poco a poco se iba abriendo camino. Sabía que quedaba mucho de carrera aún,
pero esa sensación de subir cómodo y ágil un coloso como el Tourmalet no la iba
a dejar pasar, así que sin medir excesivamente las fuerzas tiré hacia arriba
adelantando corredores y marcando el ritmo de los que se me iban pegando a la
rueda. Una gozada… que luego pagaría, claro.
La bajada hasta Luz-Saint-Sauveur
la hicimos a toda velocidad, solo frenando un poco al atravesar Bareges, desquitándonos
así del incómodo descenso que habíamos sufrido en la Hourquette. Una vez en Luz
la estrategia estaba clara; tenía que enganchar algún pelotón que me llevara
hasta Argeles y si podía ser, un poco más allá… esta parte era la más “pestosa”
de la carrera, con carreteras bastante transitadas (no, no estaba cortado el
tráfico) y toda compañía era bien recibida. Así que me uní a un grupo de
ciclistas británicos que nos llevó a toda velocidad durante unos kilómetros,
hasta que se hartaron de tirar de gorrones como yo y nos obligaron a pasar.
Pero tras dar un par de relevos decidí descolgarme al empezar la subida a la Croix
Blanque. Me sentía ya madurito y quedaba muchísimo.
Este puerto, entre Argelès
y Bagnères-de-Bigorre es el de menos entidad de la prueba, pero puedo asegurar
que me costó más que el Tourmalet. Necesitaba un avituallamiento y un rato de
reposo o el pajarón no tendría piedad conmigo. Afortunadamente lo encontré en
un pequeño pueblo en el que paré hasta que me volví a sentir con fuerzas…, aunque
sabía que de allí al final me tocaría sufrir. En fin, ¿no es esa la esencia del
ciclismo?.
La subida por el valle de
Campan hacia el Aspin fue mi particular vía crucis. La hice solo casi todo el
rato para no cebarme con el ritmo de algún grupo más fuerte que yo. A mi favor
tenía dos cosas; conocía bien la subida de otras ocasiones y sobre todo… ¡tenía
viento a favor!. Dios aprieta pero no ahoga, al parecer tampoco aquí en
Francia.
Al llegar al área
recreativa de Payolle, cuando el puerto del Aspin se pone serio, decidí seguir
sin parar por miedo a no poder coger ritmo después. Sorprendentemente me sentí
mejor con las rampas del 7-8%, que durante todo el ascenso anterior, mucho más
tendido. Además la carretera serpentea en el bosque sin mostrarte más allá de
la siguiente curva, lo cual es muy positivo cuando vas tostado; hace que tu objetivo
se limite a tu campo visual. Curva tras curva, poco a poco.
Longitud: 170 kms
Desnivel: casi 4000 metros
Track: https://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=19924401