La Milán-San Remo o Classicissima es el primero de los cinco "monumentos" de las clásicas de la temporada ciclista, junto con la Vuelta a Flandes, la Paris-Roubaix, la Lieja-Bastoña-Lieja y el giro de Lombardía. Carreras que se han ganado por tradición y prestigio ese título y que normalmente guardan como un tesoro sus trazados año tras año, haciendo emblemáticos sus puertos, cotas o llegadas.
La San Remo es una carrera de 300 kms en la que normalmente no se decide nada hasta los últimos diez, en los que se sube el Poggio, una cota entre urbanizaciones a orillas del Mediterráneo que en cualquier otra prueba pasaría desparecibida. Sin embargo en esta clásica, su subida, y sobre todo su sinuosa bajada, son casi siempre decisivas. Básicamente existen dos opciones; atacar en los últimos metros de la subida y bajar a tumba abierta para llegar a los últimos 3 kms, llanos, con la suficiente ventaja para que no te pillen... o contener los ataques y esprintar en la recta de meta. Alaphilippe, Va Aert o Nibali han ganado esta prueba utilizando la primera estrategia y esprinters como los españoles Freire o Poblet lo han hecho de la segunda manera. Lo que nunca falta es la emoción de esos diez últimos kilómetros de locura, sin duda uno de los momentazos de la temporada.
Este año no fue una excepción y la carrera se decidió de nuevo en el Poggio, pero ni en la subida ni en la bajada, sino en el último metro antes de desviarse hacia la meta, allí donde todo el mundo coge aire para el esprint final. Jasper Stuyvent, lo que ahora llaman un outsider, atacó por el córner y le robó la cartera a todos los favoritos rodando como una auténtica locomotora y ganando al sprint al único que le alcanzó, el danés Kragh Andersen. ¡Bravo!.
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